viernes, 1 de enero de 2016

En homenaje a mi amigo Manolo García Vallejo.


En anterior trabajo hice un comentario de uno de mis sueños, que suelo tener de cuando en cuando.
Manolo es el que está debajo del cura con gafas
Anteayer me desperté de madrugada soñando con un amigo de la infancia y adolescencia, mi amigo Manolo García.
El sueño consistía que me lo encontré en una especie de congreso de no se que, pero era relacionado con nuevos descubrimientos técnicos.
Andando entre la gente me lo encontré más bajito y con aspecto algo más joven de cuando nos vimos por última vez. Me quedé como el que se tragó el cazo.
Me fui hacia él dándole un abrazo, diciéndole: Manolo si me había enterado que habías muerto.
Sí, pero esto es un producto nuevo que te permite venir por un tiempo, pero con el inconveniente que te quedas más pequeño. De todas formas como no necesitas andar vas como flotando en el aire a cierta altura del suelo. Yo con la alegría de poderlo ver, porque cuando me enteré de su muerte era meses después del hecho, me quedé contento de poder haber hablado con él.
Y después de esto me desperté con un sabor agridulce y ya no pude dormir -pese que anoche me costé a las 2 instalando el Windows 10- ahí, en ese tiempo de reflexión, se me ocurrió este homenaje a su amistad.

Nacimos a principio de enero del 1950, con pocos días de diferencia, en la calle Torre, junto a un buen número de niños, a escasos cien metros de distancia, el vivía en el Caracolillo y por tanto fuimos de los que jugamos muchas veces al marro, priola, al corta hilo, al salto de altura o longitud, al salto la paloma, a correr, a los caballos con un palo de escoba entre las piernas. 
Al fútbol pocas veces porque la calle Torre estaba empedrada y era difícil manejar una pelota de goma, y más difícil aun poseerla. Eran tiempos de escasez y miseria.

Jamás llegamos a pelearnos, solía tener buen carácter al igual que yo. Tampoco nos gustaban las peleas, muy frecuentes entonces. Pero me fastidiaba que era de los que se reían cuando alguien se caía, o daba un golpe y a él le entraba la risa floja.
Si alguien del grupete encontraba algo era él. ¡Que suerte tiene Manolo! No era suerte, simplemente que solía mirar al suelo que pisaba. Y no como yo, siempre mirando las nubes, pues...


Un día que estábamos por allí-siendo pequeños de 4 o 5 años- nos llegamos a su casa y comenzó a llorar porque estaba cerrada y yo para consolarlo de dije: no llores Manolito que tu madre te va a traer de la plaza un “platanano”.
Mi prima María Salas Becerra que vivían en la casa del lado me escuchó y me lo estuvo recordando años. Le hizo gracia lo del platanano.
A mí me encantaba ir a su casa y ver a su madre haciendo aquellos bolsos de rombos y forro de paquetes, para arrimar algún dinerillo a casa.
Sobre todo disfrutaba cuando sacaba los dibujos de su hermano Pepe, que era seminarista, como tantos hijos de trabajadores que querían estudiar.
Eran estudios de manos, brazos, cabezas, torzos y trataba de hacerlos, eran demasiado difícil para niños de 4-5 años
Ambos coleccionábamos tebeos y nos los prestábamos, cosa muy habitual entre amigos o conocidos. Nos sentábamos en las escaleras de su casa, a leerlos. Antonio Cosas que se bebía los tebeos, Cristóbal Benitez Trujillano que tenía una buena colección, los míos de Francisco Canto que me los prestaba y yo a los otros amigos también.
Estuvimos en primaria juntos, yo me vine a los once y medio, era el primero de tres.
Él se quedó estudiando bachiller, era el menor de cuatro, a distancia de su hermana Ana, José y Leonor creo que la mayor.
Pese a estar en mundos ya distintos seguimos saliendo los fines de semana Bailes con el tocadiscos de Francisco Llucia, en el patio debajo de aquellos árboles. Nos encantaba la música, aunque no estaba a nuestro alcance un reproductor que no fuera la radio familiar.
En el Club juvenil, ahí se integró en el fútbol y yo en lo cultural y como dirigente. Él ya había comenzado a trabajar como administrativo y yo era oficial de marroquinería. Salíamos juntos hasta los 18-19 años.
Ya teníamos algunas aventurillas amorosas y solíamos llamarnos por el masculino de la novieta, por ejemplo Isabel- Isabelo, Pilar-Pilaro, Luisa- Luiso, María- Marío. Etc...

A  los 17 años a través del club nos propusieron que asistiésemos a unas reuniones formativas de la JOC, allí nos encontramos un buen grupo de nuestra reunión habitual, después cada cual se fue decantando hacia los campos de más interés y él y yo caímos en lugares distintos, con lo cual seguíamos teniendo amistad, ya ambos con novia formal. 
Cuando nos veíamos nos hablábamos de nuestras cosas, pero seguíamos caminos distintos.
Nuestros noviazgos no duraron mucho, éramos de los que nos queríamos ir pronto de la casa paterna. Ambos nos casamos jóvenes.

Mi boda no la celebramos por tanto no lo pude invitar y fueron años que yo siempre iba al galope, al trabajo, al la AA.deVV., a la parroquia, al sindicato, daba clases de pintura en sábado, luego la política. Tenía normalmente una reunión diaria, más los compromisos que contraíamos. En fin ni para cortarse las uñas. Todo esto con 13 horas de trabajo diarias. Había noches que dormía 5 ó 6 horas. Siempre como una moto acelerada.

Un buen día, echándolo en falta, le pregunto a un amigo común -Joaquín Menacho- por él y me entero que se había ido a Torremolinos a vivir dejando su trabajo habitual. Me extrañó, me admiró y quedé sorprendido, pensando que si sería yo capaz de hacer lo mismo.
Años más tarde tomamos una decisión muy parecida, y nos vinimos a Manilva. Pensé en él en esos momentos.

Por aquello de ya lo busco un día en Facebook, dejé pasar días hasta que en el blog “Ubrique en el recuerdo” veo algo que me dejó cortado, era el comentario de una foto, creo que de Javier Janeiro que preguntaba por las personas que estaban allí que no conocía, alguien comento que Manolo ya no estaba con nosotros.
Aún no salgo de mi asombro, Manolo nunca lo vi fumar, tampoco era bebedor, factores que se llevan muchas vidas. ¿Qué ha pasado?
Busqué su nombre en la red y lo encontré, pero solo el primer apellido, le pedí amistad y no me contestaba. Entonces llamé nuestro amigo común, Javier Janeiro y le pregunté si sabía algo de él, ya me contó lo sucedido. 
En 65 años he perdido buenos amigos y amigas del alma, Mari Carmen Sáchez, Alicia Moreno, Isabel Morales, Toñi Benitez, Antonio Cosas, mis cuñados Pepe Orellana y Rafael. todas personas que han sido una parte de mi vida.

Pero la muerte de Manolo creo que ha supuesto para mi un choque tan brutal como cuando se murió Cristóbal Benítez Trujillano, otro niño de los que nos criamos juntos, con unos 8 años, también muy noble, como siempre han sido mis amigos…no se definirlo bien, pero me ha sentado muy mal perderle, aunque llevásemos tiempo sin vernos, formaba parte de esos amigos que sin tratarnos un tiempo cuando nos veíamos era como seguir la conversación de ayer.
Como si hubiera un nexo por encima de las circunstancias que nos tuviese unidos de alguna manera no visible pero sabiendo que existe.