domingo, 17 de julio de 2011

La huella ecológica lº

Paco el “carrero” era un señor que tenía el trabajo de ser el recogedor de basuras de todo un pueblo de unos 12 ó 13 mil habitantes. Con su carro y su mulo (burreño) muy mal hecho por cierto. Recorría las calles de Ubrique y las señoras, cuando tenían basuras le vaciaban el cubo.
Porque lo normal era que pocos días hubiese basura para tirar, era lo normal en los años 50, solo solía llenar el carro con los restos procedente de la artesanía de la piel, que de esto vivíamos casi todos en mi pueblo.
Algunas carpinterías aportaban algo de basura, sobre todo serrín, que también se reutilizaba para prender fuego en el bracero y para ponerlo en el suelo de algunos bares, porque entonces lo normal era escupir en el suelo y arrojarlo todo al suelo, y con el serrín quedaba disimulado
Lo normal era que cada familia recogiera los desperdicios de la comida, muy exiguos, para alimentar los cerdos, propios o ajenos.
Aquí se daba el caso que una gran parte de la población tenía al pie del Tajo de la Cruz un corral, hecho con la misma piedra sacada del lugar, donde criaban un cerdo para consumo propio, que a su vez daba un montón de estiércol que se empleaba como abono en las numerosas huertas que había a lo largo del río, al margen derecho. Junto con el estiércol de las cuadras, era habitualmente los fertilizantes naturales utilizados.
También en este estiércol era un semillero de tomates y pimientos, de las pepitas no digeridas por los cerdos. Para los niños eran preciados tesoros que recogíamos y después sembrábamos en cualquier lugar de la sierra que hubiese un poco de tierra, escondida entre piedras. A veces hasta en el mismo tajo a unos 70 metros de su base.
Los que tenían un corral en casa también era normal criar gallinas, para tener disponibles los huevos tan escasos y tan lejanos de formar parte de una alimentación normal, por supuesto una gran parte de la alimentación de las gallinas eran los desperdicios vegetales.
Para los cerdos valía todo, hasta las espinas de pescado y esto le daba un sabor de pescado a la carne del cerdo, que tiraba pá trá

Aparte de las penurias propias de una dictadura, impuesta por una guerra de tres años, un periodo atarquino y una sequía atroz, de una segunda Guerra Mundial, donde no participamos de lleno, pero que a todos nos afectó, donde la escasez era lo habitual, menos las necesidades, esas no escaseaban.

Todos teníamos poco de lo que desprendernos y además si encontrabas un poco de plomo, hierro, cobre, alambre o trapos viejos se lo llevábamos al “trapero”, versión antigua del chatarrero, lo pesaban y nos daba unas monedas. Igualmente ocurría con los cascos de cerveza y vino, que se devolvían y te daban el dinero que previamente te cobraban.
La consecuencia era que las calles estaban bastante más limpias que ahora, el Ayuntamiento no necesitaba legiones de limpiadores/as y por tanto menos impuestos.
Igualmente con los perros, entonces también los había, pero la mayor parte de ellos eran de cazadores que solían tenerlos en una perrera, campo o sus casas y que cuidaban como una herramienta de trabajo, no como uno de la familia. Y rara vez era abandonado, cuando era viejo solían seguir cuidándolo hasta que moría, De esta manera por las calles no era normal ver tanto perro y tanta mierda.
Por tanto no había basuras amontonadas en vertederos incontrolados, no se reciclaba, se reutilizaba.
No era necesario exportar basuras a países pobres (africanos), que no sólo se les despoja de sus riquezas sino que además los inundamos de nuestras basuras, a veces muy peligrosas.
Como esa isla flotante que algunos niegan su existencia y que yo he visto desde arriba, desde abajo y que son las inmundicias que se arrojan al mar, desde las costa o desde los barcos y que merced a las mareas, van y vienen y recalaran en algún lugar y mientras están desplazandose.
No estoy pidiendo regresar al pasado aquel, que por la pobreza no se desperdiciaba casi nada, sino ya que la forma era esa de reutilizarlo para aprovechar hasta la partícula más mínima de Naturaleza sin necesidad de seguirla maltratando.

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