jueves, 3 de enero de 2013

Subidas al San Cristobal

LA SUBIDA AL SAN CRISTOBAL
1966 ó 1967 Puerta de la parroquia de El Bosque

A mediados de los 60, estando trabajo en Manufacturas Morvil, popularmente conocida por El Vaticano. Uno de los socios (Luis Vilches) era intimo amigo del organizador de dicha subida, Manuel Cabello Janeiro.
No recuerdo si ya habían subido un par de veces, pero ese año yo me “apunté”. Fuimos como de costumbre el día 1 de mayo, que como estábamos en plena dictadura, ese día era bueno para hacer cualquier cosa menos manifestarse. Así que una fecha de mayo, normalmente sin frió y con sol.
Salimos en “la diligencia” el autobús más viejo de Los Amarillos, de ahí su nombre popular, nos dejó en Grazalema, desayuno y comienza la ascensión, íbamos algunos jóvenes, estudiantes y currantes, varios profesores y no pocos sesentones o cuasi, el mayor el Sr. Lamela con 62 años, que le dimos hasta un aplauso.
Subíamos más o menos juntos, muchos sin agua ni otra bebida. Algunos mayores se pusieron a la cabeza, como Rafael Maza y cuando llego a un alto, dijo la primera etapa es miá ahora que tire otro.
Al final los primeros que llegamos arriba fuimos Manuel Domínguez Cañamaque y yo, ambos al igual que varios más procedentes de la misma empresa.
La bajada que fue más peligrosa, por la cantidad de piedras sueltas y la inclinación del terreno, junto con una espesa alfombra de esparto.
Se bromeaba con los nombres de esta planta y el Esparta de Blegrado que había, o iba a jugar con el Real Madrid de las muchas copas.
Abajo Cabello propuso en un descanso que cada uno contara algo a modo de fuego de campamento. Los jóvenes muy tímidos, los mayores más cortos aun, Manolo Piñero invitó a Cabello que contara lo que hizo en el colegio que estuvieron ambos. Este accedió y pasamos un buen rato. Luego le pidió a Piñero que cantara algo de zarzuela y nos dio un recital a capela digno de uno de los mejores, sobresaliente en Granada, canción que tuvo que repetir en la Huerta.
Fuimos bajando ya con más confianza, más comunicativos a modo de paseo para luego en el Bosque nos recogía otra vez la Diligencia y a casita, un lavadito y al cine.

1967 ó 68

Al año siguiente aquello ya se desbordó de éxito, de un coche pasamos a tres y bastante mayores. Venía el párroco D. Gabriel Garrido Luceño y con él varios de hermandades que llevaban dos palos preparados por Paco el carpintero, para dejar arriba una cruz.
Cuando llegamos al Grazalema del 67 ó 68, los pocos bares no daban abasto a servir café, por tanto unos salimos antes que otros hacia la subida. Yendo hacia arriba me encontré con Antonio García, marido de Anita la del Corte, y llevaba una bota como de dos litros de agua. Viendo que la llevaba en las manos le dije que si quería se la llevaba, accedió y me comentó que la quería para cuando estuviéramos arriba, la metí en mi bolsa y seguí con el, pero por lo visto íbamos demasiado rápidos y el hombre se fue quedando detrás. Más arriba nos encontramos a un campesino que nos dijo que siguiéramos, hasta el Puerto del Boyar y que un poco más abajo hay una cañada que lleva hasta arriba. Varios nos hicimos caso y cuando llegamos estaba allí efectivamente pero era todo un tramo desde abajo hasta arriba, mucho más corto pero de una verticalidad que asustaba, de unos 1.500 mt.
Para no quedarnos detrás volviendo al camino de siempre acometimos la puñetera subida, para ubriqueños de aquella época de jornadas de 8 de la mañana a 12 de la noche, sábado incluido, poca práctica deportiva. Aquello era muy duro, gracias a que yo dedique el poco tiempo libre a hacer el cabra en la sierra y en la finca de mi abuelo, y montaba en bici, además de acostumbrado de subir a la era a jugar los domingos por la tarde, sin beber en verano. Pues lo aguantaba mejor, pero venía en el grupo Samuel Sánchez que la sed no lo dejaba subir, le fui dando poquitos de agua de Antonio García, hasta llegar arriba con algo más dela mitad. Esto era en los neveros y me quedé allí hasta que pasó el último, por el simple gusto de no ser de los primeros, y me gustó por lo que supone de dominio de si mismo.
Esta vez la foto se hizo arriba, después de instalar la cruz. Imaginaros unas 90 personas bajando por la misma ladera, lógicamente no todos a la vez, de manera que los que bajaban antes tenían que tener cuidado por si venía alguna piedra rodada, cosa que era peligrosa debido a la pendiente no había mucho tiempo para reaccionar.

Entonces no me gustó tanto por lo masivo y ya al siguiente año yo estaba en un proceso formativo descubriendo otras cosas que en mi vida me serian de gran utilidad y me desentendí.
No recuerdo si hubo más subidas pero yo sí hice otra años más tarde, haciendo el Graduado Escolar, fuimos a dar el paseo del Pinsapar, como iban mayores les llevábamos mucha ventaja, a los adelantados nos propuso Quique el profe, que subiéramos y subimos varios desde la misma base, llegamos vimos el paisaje y ya que los demás habían pasado al pinsapar nos bajamos.

Tengo pendiente subir al Torreón cosa que cada vez veo más difícil y no por la edad ya que ahora práctico deportes habitualmente.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Miguel, soy Manolo Lamela. Aunque estoy poco familiarizado con el ordenador, hace unos días llegué a tu blog por casualidad y me llevé una agradable sorpresa cuando apareció una interesante foto donde está mi padre y Cristóbal López, una gran amigo de la familia, entre otros. Me gustó también la pequeña referencia que haces de mi padre, mencionando la edad que él tenía cuando hizo la subida. Yo también hice la subida varias veces al San Cristóbal, aunque las dos que mejor recuerdo es la que hice con mi padre y la que llevamos una cruz hasta el mismo pico, donde después de armarla y atornillarla, la fijamos para que aguantase bien el temporal. Aunque yo soy también un despistao, no se se me puede olvidar que cuando bajamos a Benamahoma vi alli por segunda vez la que unos años después fue y sigue siendo mi mujer. Gracias Miguel por hacerme recordar cosas agradables del pasado.

Miguel López Salas dijo...

Ese día de la cruz tambien iba yo, cogimos por consejo de un hobre de aquellos lugares, por un atajo y por poco estamos allí todavía, y sin agua para beber. ¡Dios que tiempos!